Escribe: Raúl Diez Canseco Terry *
Hace unos días, el alcalde de Lima Jorge Muñoz impuso de manera póstuma la más alta condecoración a Violeta Correa de Belaunde: la Medalla de Lima. Lo hizo en reconocimiento a una mujer que con energía y desprendimiento abrigó siempre causas sociales. Y que en circunstancias dramáticas a raíz del fenómeno El Niño, cuando los más pobres pasaban hambre, abrió cientos de cocinas familiares.
Hoy, el país nuevamente vive una situación alarmante. A la crisis económica que produce el alza de precios en los mercados tenemos que sumarle una crisis política permanente por incapacidad y una guerra internacional que sigue in crescendo. Si las cosas continúan empeorando, pasaremos pronto de la carestía a la escasez de los alimentos. Y el hambre nuevamente acechará a los más necesitados.
Violeta fue una mujer que trabajó con energía indoblegable; y este 2022 hubiera alcanzado los 95 años. Lo dio todo sin pedir nada. Era partidaria del hacer antes que del hablar. Si algo la caracterizó en los años que se dedicó por entero a desarrollar sus ideas fue su espíritu luchador y solidario, que la llevó a ganarse un lugar en la familia peruana.
Trabajó enarbolando los ideales de Acción Popular, sosteniendo la labor del alcalde Eduardo Orrego Villacorta, pero no tuvo ningún problema en apoyar luego al alcalde de Lima, Alfonso Barrantes Lingán, en su programa del Vaso de Leche, porque para ella la lucha contra pobreza no tenía —y no debe tener nunca— color político. Sirvió a los humildes, sin alardes, no para ser aplaudida o reconocida.
Además de solidaria, Violeta fue leal. Acompañó en todas sus vicisitudes a Fernando Belaunde Terry. Estuvo a su lado en los momentos de gloria y en los momentos de angustia. Ella fue mujer de un solo corazón y de un solo partido. Asumió su rol político con dignidad. Jamás entendió el poder como instrumento de mando, sino como instrumento de servicio a los más pobres. Nunca quiso ser primera dama y con su trabajo abnegado se ganó un lugar en el corazón de los más humildes.
Fue, también, una mujer emprendedora que me enseñó el valor de ayudar, enseñar y organizar, cuando me pidió que le diera una mano en las cocinas familiares. Me cambió la vida. Junto a las madres —verdaderas lideresas sociales— convertimos las cocinas en centros de producción y trabajo. Las mujeres solidarias aprendieron a gestionar el crédito y de un comedor pasaron a instalar una panadería, una tienda, un pequeño taller de confecciones.
¿No será acaso el momento de organizar una política de ayuda alimentaria en la que participe el Estado, pero sin interferir en la independencia política de los más vulnerables? Siempre en una crisis los que primero y más sufren son los pobres. Lo vemos a diario en los mercados. Ayudar a paliar la crisis es una tarea de todos. Los empresarios tienen la palabra.
Violeta entendió el valor que tiene para la mujer lograr su independencia económica. Pero, cuidado, fue ella también la que dijo: cuando hay hambre y miseria no hay futuro. Su memoria debiera inspirarnos.
* Ex primer vicepresidente de la República. Ex secretario general nacional de Acción Popular.
Publicado por el Diario Expreso, sección Opinión, del 5 de abril de 2022.