Un sector de la izquierda en el país cree que la Constitución será la panacea para los urgentes y profundos problemas que tiene el Perú para encarar su desarrollo. Se equivoca. La historia demuestra que los países que menos cambian su constitución son hoy en día los más desarrollados.
Y la razón para que ello ocurra es que el desarrollo necesita acuerdos de largo plazo. El caso de Estados Unidos es emblemático. Desde su fundación ha tenido una sola constitución. En el camino ha soportado guerras civiles, dos guerras mundiales, problemas sociales, crisis económicas, pero nada de eso cambió su carta fundamental. Ha tenido enmiendas, sí, pero en lo esencial se mantiene su carta magna.
Algo parecido sucede con los países europeos. Han tenido dos o tres cambios de constitución en toda su historia. Inglaterra es un caso excepcional: nunca ha tenido una constitución escrita. Caso contrario es lo que sucede en América Latina, una de las regiones donde más cambios de constitución hemos tenido.
Ecuador ha cambiado 20 veces su carta fundamental; República Dominicana, 33 veces; Venezuela, 26; Haití, 24. En el Perú, hemos tenido 12 constituciones. La más reciente, aprobada en 1993, está llegando a sus tres décadas de vigencia.
Una constitución es un marco de reglas, un conjunto de derechos y deberes fundamentales. Los países que modifican constantemente este marco jurídico son los que menos desarrollo logran. El cambio de reglas genera inestabilidad política, lo que trae, a su vez, inestabilidad económica y desconfianza. Y sin confianza, no hay inversión; sin inversión, no hay desarrollo; y sin desarrollo, no hay empleo.
En definitiva, cambiar de letra no cambia tu destino. Este se forja con tu actitud, tu trabajo, tu preparación, tu emprendimiento y con las oportunidades que aprovechas en la vida. Una nueva constitución no construirá mejores colegios ni hospitales. Un cambio de texto no genera un automático aumento de sueldos, ni mejora las pensiones. Es el conocimiento asociado al trabajo lo que genera la justa y equitativa distribución de la riqueza que a la larga trae equilibrio económico en las sociedades.
Miremos lo que pasó en Chile. Después de la conmoción social que atravesó en el 2019, nuestro vecino estuvo tres años inmerso en un proceso constituyente en el que invirtió tiempo y esfuerzo para elegir una asamblea compuesta por partidos políticos (50 %) y ciudadanos electos (50 %) que redacte una nueva constitución; que al final fue rechazada por el 69 % de chilenos.
Se calcula que desde el 2020, en siete elecciones, se invirtió más de 88 millones de dólares en todo el proceso de cambio de constitución. ¡El presupuesto de Pensión 65 de este año! ¿Queremos pasar por lo mismo? Por supuesto que se puede cambiar cualquier parte del texto constitucional. La propia Constitución establece el mecanismo. De hecho, la de 1993 la hemos cambiado en 45 oportunidades.
Lo que tenemos que superar es la creencia de que escribir una nueva carta magna traerá paz y prosperidad como por arte de magia. No es así, estimado ciudadano. El cambio de letra no cambia tu destino. Lo cambias tú, día a día, con tu trabajo y esfuerzo.
Publicado en Expreso, sección Opinión, martes 7 de febrero de 2023