Por Raúl Diez Canseco
Estos últimos días he estado fuera del país por razones de trabajo y en todas las conversaciones que he tenido con diversas personas la pregunta era una sola: ¿qué está pasando con el Perú?, ¿cómo así cayeron en este hoyo de descontrol, incompetencia y corrupción?, ¿qué pueden hacer para salir de ese entrampamiento?
Y, la verdad, es una sola: no podemos seguir así los próximos cuatro años. No solo porque no hay país que lo aguante, sino porque probablemente estaríamos camino a una salida peligrosa, a un desborde social; y en un escenario de esa naturaleza puede aparecer una postura más radical que termine de llevarnos por el despeñadero.
La salida tiene que ser, primero que nada, democrática. Este Gobierno no da para más. Las cifras del primer año son elocuentes. Hasta antes del anunciado “cambio” del gabinete Torres, este Gobierno juramentaba un ministro ¡cada seis días! (Métrica Perú, 2022).
No hay manera de construir gobernabilidad con ese nivel de inestabilidad e impredecibilidad. Lamentablemente, el presidente Castillo perdió quizás la última oportunidad que tuvo para armar un gabinete de ancha base —como ha ocurrido con Kurt Burneo en el Ministerio de Economía— aunque bien sabemos que una golondrina no hace verano.
No por nada vivimos un recrudecimiento de la criminalidad en el país donde los asaltos a mano armada son cosa de todos los días. El último ministro del Interior duró apenas dos semanas. El país no solo está paralizado, sino amenazado de sucumbir ante tamaña inoperancia.
El Congreso, por su parte, sigue poniendo en jaque al Ejecutivo. Ha interpelado a diez ministros, censuró a cuatro y produjo la renuncia de otros cuatro. Un Legislativo acerado tramitó 24 mociones de censura contra integrantes del presente Gobierno, más que todas las mociones sumadas en los gobiernos de Toledo (3), García (9), Humala (7) y Kuczynski (4).
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Si a esto le agregamos que el titular del Ejecutivo tiene cinco investigaciones fiscales, dos personas de su entorno prófugas y que no puede salir del país para cumplir compromisos internacionales, tenemos un Gobierno maniatado, sin capacidad de juego ni convocatoria, que le hace daño al país.
A estas alturas, el problema del Gobierno es que no solo padece el mito de Sísifo —que una y otra vez está condenado a volver a empezar de cero—, sino que sobre su dilatado y exangüe régimen pende una permanente espada de Damocles. Y así no se puede gobernar.
Los escenarios para una salida constitucional son varios. La vacancia y la inhabilitación por infracción constitucional pasan por el Congreso, mientras que la suspensión de funciones la decide la Corte Suprema de Justicia. Más temprano que tarde deberemos enfrentar, finalmente, la salida constitucional menos traumática.
En esas condiciones, un recorte del mandato presidencial y adelanto de elecciones generales —incluido el Congreso— sería lo más recomendable. Se elige una nueva Mesa Directiva en el Parlamento (existe un compromiso de honor en ese sentido), se conforma un gabinete de emergencia, se aprueban las reformas indispensables para no repetir lo que ya tenemos y empezamos todo de nuevo.