Ingresé a la Universidad del Pacífico en 1967. Un año más tarde, cuando inesperadamente mi padre quedó sin trabajo, le expuse sin temor mi nueva situación al rector de la universidad, el reverendo padre Raimundo Villagrasa, S.J.
“Raúl, te vamos a becar”, fue su respuesta casi instantánea. Obtuve, gracias a la generosidad de la universidad, la subvención integral que me permitió terminar mis estudios superiores. Si los jesuitas no me hubiesen becado, otra sería mi historia.
Sin embargo, había otras necesidades que afrontar. Así, a partir del instinto maternal y el sabio consejo de mi padre, llega la idea de emprender una actividad que me reportaría ingresos económicos y satisfacciones personales: la creación de la academia preuniversitaria San Ignacio de Loyola. Tenía 20 años de edad y cursaba el segundo año de estudios en la universidad.
Fue muy difícil persuadir a los padres, por nuestra juventud, la mayoría dudaba de nuestra seriedad y capacidades. Recibí algunos desaires y abundantes portazos, pero en ningún momento me desanimé. La fuerza de la pasión con la que exponía el proyecto académico pudo más que la duda.
Nuevamente, la generosidad de los jesuitas nos impulsó a seguir nuestro proyecto. El reverendo José Antonio Aguilar nos cedió una de las salas de retiro de la parroquia Nuestra Señora de Fátima, para acondicionarla como aula.
Así, con veinte alumnos comprometidos, iniciamos lo que más tarde se convertiría, con décadas de trabajo, sangre, sudor y lágrimas, en lo que es actualmente la Corporación Educativa San Ignacio de Loyola.
Mientras que en aquel verano de 1969 mis amigos disfrutaban del sol y el mar, los que estábamos en el proyecto educativo enseñábamos en el día en la noche preparábamos los materiales de trabajo.
La academia nos entregó una alegría inmensa: de los 20 alumnos que preparamos en un inicio, 16 ingresaron a las mejores universidades y en los primeros lugares.
Es por todo esto que estoy muy agradecido con quienes me dieron la mano para comenzar a construir mi futuro. En primer lugar a mis padres, que me forjaron y guiaron para encontrar el camino indicado. En segundo lugar, a los padres jesuitas que me dieron la mano desinteresadamente y desde el primer momento para construir nuestro proyecto.
En tercer lugar, a mis colaboradores de ayer y hoy y siempre, a todos y a cada uno de los que me acompañaron ayer y lo siguen haciendo hoy, mi gratitud eterna.
Raúl Diez Canseco Terry. El arte de emprender, segunda edición, Universidad San Ignacio de Loyola. Lima, 2013.
Siempre ha sido una persona de lucha correligionario, A. P lo necesita y lleve adelante al partido .